chastity formula

Wednesday, April 1, 2015

Cuaresma y el Camino del Peregrino

Llegando a la tercera semana de Cuaresma me parecía que no había tenido ni tiempo, ni nada que me sacudiera en mis pilares. Hasta que encontré este auto examen de conciencia incluido en una obra ortodoxa Rusa de 1884: El Camino del Peregrino. Lo fui traduciendo para compartirlo ya que cada punto es demasiado profundo y realmente hizo que me ponga a pensar y darme cuenta que, al igual que el autor, ando en esas condiciones. 
Que nuestro Padre en el Cielo, se apiade de nuestra pequeñez, nos enseñe a través de su amado Hijo y con el poder de su Espíritu nos fortalezca, para que podamos vencer estos obstáculos que nos alejan de Él.  
+AMDG 
1) Yo no amo a Dios. Porque si yo amara a Dios yo debería estar continuamente pensando en Él con sincera alegría. Cada pensamiento de Dios me daría alegría y deleite. Por el contrario, mucho más a menudo y con más entusiasmo, estoy pensando acerca de las cosas terrenales, y pensar en Dios es mucho trabajo de obra y árido. Si yo amara a Dios, luego de hablar con Él en oración, este sería mi alimento y placer que me atraería a la comunión ininterrumpida con Él. Pero, por el contrario, no sólo no encuentro ningún placer en la oración, sino que incluso parece un esfuerzo. Lucho con renuencia, estoy debilitado por la pereza, y estoy listo para ocuparme con cualquier bagatela poco importante, aunque sólo acorta la oración y me aleja de él. Mi tiempo se diluye en ocupaciones inútiles, pero cuando estoy ocupado con Dios, cuando me pongo en su presencia cada hora parece un año. Si una persona ama a otra, piensa en él durante todo el día sin cesar, lo imagina para sí mismo, se preocupa por él, y en todas las circunstancias su querido amigo nunca está fuera de sus pensamientos. Pero, a lo largo del día, apenas aparto ni una sola hora en la que me hunda profundamente en la meditación sobre Dios, para inflamar mi corazón con amor a Él, mientras entrego ansiosamente y con fervor veintitrés horas ofrendas a los ídolos de mis pasiones. Estoy adelante para hablar de asuntos frívolos y cosas que degradan el espíritu; eso me da placer. Pero en la presencia ante Dios soy seco, aburrido y perezoso. Incluso si estoy involuntariamente atraído por otros a una conversación espiritual, trato de cambiar rápidamente de tema a uno que agrade a mis deseos. Soy incesantemente curioso por las novedades, sobre los asuntos cívicos y los acontecimientos políticos. Me empeño en buscar la satisfacción de mi amor por el conocimiento de la ciencia y el arte, y en las formas de hacer las cosas que quiero poseer. Pero el estudio de la Ley de Dios, el conocimiento de Dios y de la religión, hacen poca impresión en mí, y no satisfacen el hambre de mi alma.

Para decirlo en breve, si el amor de Dios es reconocido por la observancia de sus mandamientos (Si me amáis, guardaréis mis mandamientos, dice nuestro Señor Jesucristo), y no sólo no los guardo, pero incluso hago poco intento de hacer así; entonces la conclusión verdaderamente absoluta deduce que no amo a Dios. Eso es lo que Basilio el Grande dice: "La prueba de que un hombre no ama a Dios y su Cristo, radica en el hecho de que él no guarda sus mandamientos".

2) Tampoco amo a mi próximo. Porque no sólo soy incapaz de decidirme si daré mi vida por su bien (como pide el Evangelio), pero ni siquiera puedo sacrificar mi felicidad, el bienestar y la paz, por el bien de mi prójimo. Si yo lo quisiera como a mí mismo, como el Evangelio requiere, sus desgracias me angustiarían a mí también, su felicidad sería un deleite para mí también.
by John Fenzel
Pero, por el contrario, escucho historias curiosas e infelices acerca de mi vecino y no me angustian; permanezco bastante tranquilo o lo que es aún peor, siento una especie de placer al escuchar estas. La mala conducta por parte de mi hermano no la cubro con amor, sino que la proclamo con garantía hacía afuera. Su bienestar, honor y felicidad no me complacen como si fueran propios, y, como si fueran algo completamente ajeno a mí, no me provoca ningún sentimiento de alegría. Lo que es más, sutilmente despiertan en mí sentimientos de envidia o desprecio.

3) No tengo ninguna creencia religiosa. Ni en la inmortalidad, ni en el Evangelio. Si yo estuviera firmemente persuadido y creyera sin duda que más allá de la tumba se encuentra la vida eterna y la recompensa por las obras buenas de esta vida, yo pensaría continuamente en esto. La sóla idea de la inmortalidad me debería estremecer y yo debería llevar esta vida como un extranjero que se prepara para llegar a su tierra natal. Por el contrario, ni siquiera pienso en la eternidad, y considero el final de esta vida terrenal como el límite de mi existencia. El pensamiento secreto dentro de mí es: ¿Quién sabe lo que sucede después de la muerte? Si digo que creo en la inmortalidad, entonces yo estoy hablando de lo que está en mi mente, y mi corazón está muy lejos de una convicción firme al respecto. De eso da testimonio abiertamente mi conducta y mi cuidado constante por satisfacer la vida de los sentidos.
Si tuviera el Santo Evangelio en mi corazón con fe, como la Palabra de Dios, debería estar ocupado continuamente con ello, debería estudiarlo, encontrar placer y con profunda devoción fijar mi atención en ella. La sabiduría, la misericordia, el amor, se ocultan en ella; me llevaría a la felicidad, debo encontrar alegría en el estudio de la Ley de Dios día y noche. En esta palabra encontraría alimento como el pan de cada día y mi corazón estaría atraído a mantener sus leyes. Nada en la tierra sería lo suficientemente fuerte como para alejarme de esta palabra. Por el contrario, de vez en cuando leo o escucho la Palabra de Dios, pero aun así es sólo por necesidad o por un amor general del conocimiento, y me acerco a ella sin mucha atención, me resulta aburrida y poco interesante. Normalmente llego al final de mi lectura sin haber tenido beneficio, y bien dispuesto a cambiar con lectura secular, en la que tomo más placer y encuentro temas nuevos e interesantes.

4) Estoy lleno de orgullo y amor sensual. Todas mis acciones lo confirman. Al ver algo bueno en mí mismo, quiero llevarlo a la vista, o enorgullecerme ante otras personas o admirarme por ello. Aunque puedo mostrar humildad hacia el exterior, sin embargo, atribuyo todo a mi propia fuerza y me considero superior a los demás, o al menos no peor que ellos. Si me doy cuenta de una falla en mí persona, trato de excusarla, la cubro diciendo: 'Estoy hecho así" o "Yo no tengo la culpa". Me enojo con los que no me tratan con respeto y los considero incapaces de apreciar el valor de las personas. Me jacto de mis regalos: mis fracasos en cualquier instancia los considero como un insulto personal. Susurro, y encuentro placer en la tristeza de mis enemigos. Si me esfuerzo por hacer el bien es con el propósito de ganar alabanza, o autoindulgencia espiritual, o consuelo terrenal. En una palabra, continuamente hago de mi mismo un ídolo y hago de ello un servicio ininterrumpido, buscando en todas las cosas los placeres de los sentidos, y alimento para mis pasiones sensuales y concupiscencia.
El repasar todo esto me veo como orgullosa, adúltera, incrédula, sin amor a Dios y odiando mi vecino. ¿Qué estado podría ser más pecaminoso? La condición de los espíritus de la oscuridad es mejor que la mía. Ellos, a pesar de que no aman a Dios, odian a los hombres, y viven en el orgullo, pero al menos creen, y tiemblan. Pero yo? ¿Puede haber un castigo más terrible que el que me enfrenta, y qué condena podrá ser más rigurosa que esta vida descuidada e imprudente que reconozco en mí misma?

Traducido de: http://filippodineri.tumblr.com/post/113868111862/a-confession-which-leads-the-inward-man-to

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